lunes, 30 de septiembre de 2013

Sergio Astorga


Soy de México, de su ciudad, y gracias al tezontle —como primera piedra— el rojo comenzó a retumbar entre mis ojos y el cascabel se escucha por los cuatro puntos cardinales. Actualmente radico en Porto, Portugal.
Estudié Licenciatura en Comunicación Gráfica en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Antigua Academia de San Carlos). Impartí el taller de Dibujo durante doce años en la UNAM. Y estudié Letras Hispánicas en Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (no la terminé).
He publicado en suplementos culturales y en revistas tanto textos como dibujos. He publicado un libro de poemas llamado Temporal


La mesilla

Los espacios en blanco de la tarde son  llenados por  los objetos que nunca mudan. Ningún adiós entre su porcelana o barro; ningún desvanecimiento por noticias colindantes o apartadas. El tiempo se estanca en el dintel de la puerta y los secretos de tanta conversación se quedan como estampados en las paredes. Tangibles, los deseos de compañía  quedan mirándose uno al otro como si la manzana compartida no fuera suficiente para sostener una vida.
Fugitiva la luz repite sus pálidos brillos. Se quiebra la jornada y de la libreta de direcciones se exilian los nombres a otra mesa.
El café ya está frío.


 Los Chamanes

Vienen del otro lado del pecho, de ese otro mundo donde los nabos crecen como quimeras. Habitan, cantan, protegen y lloran. En la página diaria se adentran a un páramo urbano. Lucidos, cambian de postura y de silencio con la facilidad del insecto. Ellos, esculpidos de noche, saben que la luz es una vereda que no llega a ningún lado. En otros tiempos, tenían asegurada su existencia. Hoy la cerrazón, sólo quiere recordarlos en monedas de cobre.
De este lado del tiempo, donde tú y yo estamos, sus apariciones conmueven y aunque no hay lugar cierto, con las cicatrices que van dejando vamos construyendo la tira de su peregrinación.
Nunca hubo pies descalzos con tanta gloria ni tantos himnos anónimos regados por las ciudades. Hoy los dientes chocan, y el polvo que se levanta fue piedra de adivinación.
Volvamos a deletrear los caminos, que al futuro le gusta ser acariciado.


El bengalista

Dijo que venía de esos caminos de versos y cantos; cuando los niños se dormían creyendo que los espíritus volaban envueltos en sábanas blancas.
Flaco, como dibujo a tinta, olía a sermón apurado en octavas reales y esbozaba una sonrisa celestina, fascinante. No sé cuánto tiempo me quedé contemplando esa estampa. Él, como sabiendo su atractivo y a su merced, me habló del libro del buen amor. Yo lo escuchaba, no sin maliciar que se trataba, tan trovadora figura, de algún profesor de literaturas que había desahuciado su sano juicio.
Mi natural instinto me decía que tal vez, algunas monedas compensarían sus ardores, pero cuando me llevaba la mano al bolsillo, él, con el aplomo del artesano encendió una bengala y se fue cantando como si nada.
Cuando veas un bengalista, puedes poner tu entendimiento a dar cosecha, dejar las risas y perder el bolso.


Ángeles de la uva

En los últimos siglos han vagado como ríos y  aclarado gargantas. Cantos y lamentos han humedecido los labios en sus alas. Los han confundido con lascivias imágenes de mares de plomo, cuando las cabezas giran sobre un eje de vomito y de nausea. Parientes de la aceituna (por carnosos)  tienen  el  ánimo de la luz antigua. Nunca tuvieron jaula y sus parras contienen el deseo de la acrobacia adolecente.  Hay un gusto de amor en sus membranas y se ocultan los sátiros cuando miran la sombra afrutada que pasa como bergantín  en busca de la playa. Tienen cintura fina como el nardo y todos quieren ser la lengua suelta del requiebro.
Cuando el ombligo te duela por deleite y tu sueño se fermente, siempre habrá un ángel de la uva agitando las copas de las madrugadas.
Se me olvidaba, a los Ángeles de la Uva no les gusta la monotonía, ni los rumores, ni las espadas.


Marca de agua

El agua se rompió por lo más fino. De la sequedad fueron naciendo punzadas de forma. Noche y día se confunden en su tacto y su tiempo es el mismo que curte a los océanos. Ellos miran al futuro cuando sus amapolas masculinas despiertan. Sus azules son ciegos. Cuando los miras parece que son luminosos, pero ellos no lo saben. Sus ojos son de agua muerta y  pueden mirar más allá del olvido. Tienen la voz seca del vaticinio, por eso cuando estas en silencio y tu sangre esta tibia los escuchas. No lo niegues.
Ahora ya los has visto. No temas, no tienen dientes y su mordedura es blanda.
El cielo ya llegó a su costa y el silencio se refugia.
Dejémoslos dormir.
¿Estás de acuerdo?


Página web: Antojos
Contacto: astorgaser@gmail.com 

2 comentarios:

Helena dijo...

Começamos em Português:

Em boa hora porque "O céu já chegou à sua costa e o silêncio refugia-se"

Vou refugiar-me no céu ou no silêncio de uma boa leitura, parabéns Sergio.

Susana Camps dijo...

Estupenda muestra de un artista polifacético, muy completo. Los textos de Sergio siempre colman los sentidos.
Me alegro de poder acercarme a la antología, por la que sentía curiosidad, desde este blog. Buena iniciativa.
Saludos